lunes, 26 de noviembre de 2012

CARBONADA EN CALABAZA

En la patriótica ciudad de San Miguel de Tucumán siempre hay música, amor y trabajo. Las casi treinta señoritas que trabajaban en lo de doña Molina estaban dispuestas a formar compañía de baile folklórico y presentarse en el cabildo tucumano con número musical. Era principio de marzo y hasta el 9 de julio, tenían tiempo para organizar la movida y ensayar gatos, chacareras y malambos. Ejercer el oficio más viejo del mundo no les impediría salir airosas en el desafío de presentar el proyecto a la Comisión de las Fiestas Oficiales de la Gobernación de la Provincia de Tucumán. El pedido en cuestión lo firmaron como trabajadoras sociales. Doña Molina, que tenía el desmayo difícil, cuando supo que sus pupilas bailarían frente a la Presidenta de la República el Día de la Independencia durante el cumpleaños de la Patria, se puso pálida, le bajó la presión y se desmayó. Cuando llegó la ambulancia, la doña se despertó, volvió en sí y comenzó a dar órdenes. Vio en el camillero y en el chofer de la ambulancia dos clientes con algo de dinero y los hizo pasar para que fueran atendidos con descuento.
           Belisario Ledesma, ilustre rufián del Jardín de la República, patrón de la doña y dueño del inmueble donde funcionaba el quilombo, también se emocionó con lo del baile patriótico y prometió ayuda moral y financiera a sus chicas federales. Así las llamaba porque habían llegado desde de todas la provincias argentinas, aunque no pocas habían venido engañadas y otras tantas, sin documentación, y las menos, con pedido de captura o buscadas por el Departamento de Investigaciones de Ministerio del Interior del Gobierno Nacional; no obstante, para la policía tucumana, ellas no eran o no estaban. Ledesma sabía moverse con dádivas, disimulo y cautela. Lo importante era que no hubiera escándalos ni sangre para que el negocio funcionara al servicio de los clientes.
           En abril las chicas ensayaban en el patio todos los lunes bajo la dirección de un joven profesor de folklore a quien pagaban en especie. El primer gran ensayo con público lo realizaron en la localidad de Tafí del Valle a total beneficio de una escuela rural. Ese lunes 25 de Mayo, fecha patria y feriado nacional, fue un debut promisorio. Una de las chicas de Buenos Aires había conseguido que un cliente generoso pusiera a disposición del grupo un modesto ómnibus que las llevó y las trajo de Tafí el mismo día. Otros clientes aportaron dinero para pagar el combustible; y otros, las vituallas. En esa presentación las chicas lucieron vestuario y calzado donado por la señora del gobernador, amén de unas largas carteras hechas con el mismo percal, prendas que al final del acto revolearon como sello propio del rubro callejero. Alguien bautizó al grupo como “Las chicas de los billetes” y bajo ese nombre, en junio y a pedido de la gobernación volvieron a presentarse ante un público expectante. El aplaudido evento se realizó en la cárcel para festejar el Día de la Bandera. La idea de adornar los vestidos con billetes de $ 50 y $ 100 fue de la doña. Los clientes se entusiasmaron en aportar papel moneda y hasta don Belisario colaboró en esa decoración.
           El gran día llegó con júbilo y como el espectáculo estaba marcado para las 15 horas, a la una el cuerpo de baile ya estaba almorzando una deliciosa carbonada preparada con carne de ternera, cebolla, tomate, pimentón, papas, choclos, zanahoria y orejones de durazno, plato que fue servido en calabazas, las que previamente habían sido ahuecadas y cocinadas con algo de azúcar en el horno de barro que estaba en el patio y donde también se habían preparado empanadas tucumanas para el trayecto. Una de las pupilas se había agenciado una damajuana de vino riojano que las puso más alegres que de costumbre. Sin tiempo para ninguna siesta, a las dos de la tarde se subieron al transporte del amigo, el que meses atrás las había acercado hasta Tafí del Valle. La doña vestida de seda y enjoyada se sentó cerca del chofer para seguir dando órdenes. En efecto, a los pocos minutos ordenó regresar a casa para ir al baño. Unos espantosos dolores de vientre le avisaban que los orejones de la carbonada querían salir galopando. –¡Que nadie se baje! fue la orden de la jefa que entró dando un portazo. Por la dosis de laxante involuntariamente ingerido, doña Molina iba a estar sentada un rato largo en el trono. Entonces, el bus en lugar de ir hacia el cabildo patriótico se dirigió hacia Monteros, un pueblo no lejano donde otro transporte, preparado para viajes de larga distancia, esperaba a las pasajeras con parientes masculinos avisados de antemano. Con destino a Buenos Aires, el ómnibus se llenó de abrazos, lágrimas y besos que recibieron a las bailarinas fugitivas. Después de kilómetros de alegría en la ruta, aún seguían contando la película y antes de pegar un ojo para intentar dormir algo, todavía tenían que enviar mensajes por teléfono, dar cuenta de las empanadas, brindar con lo que tenían a mano y con todas esas emociones juntas, entonar el Himno Nacional. En el Día de la Independencia y haciéndole honor a su nombre, ese 9 de Julio fue un día de buen provecho, el plan Calabaza había funcionado: “Calabaza, calabaza, cada una pa’ su casa”.


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