lunes, 26 de noviembre de 2012

OMELETTE DE OSTIONES

Un huevo no desaparece por arte de magia. Un huevo se puede pintar, envolver, romper, usar, comer, tirar o esconder, pero siempre tiene que quedar una prueba, aunque sea la cáscara. Un huevo entero no se evapora, se seca, se pudre o se calcina, pero algo queda. Un huevo, ya sea en estado sólido o líquido, no pasa al estado gaseoso. Un huevo no se va al cielo, por más creyente que sea.
        Estas palabras con hambre eran escuchadas por él. Las decía un superior que estaba lleno. Le entraban por un oído y le salían por el otro; eran sólo palabras. Él se hacía fuerte y esperaba días y semanas que algún conocido usara un huevo para pedirle la cáscara. En el depósito de la cocina del hospital eran severamente rigurosos con el inventario de los huevos. (“Un huevo no desaparece.”, “Un huevo no se va al cielo.”). Con suerte y viento a favor, teniendo los productos para reponer, podría hacer el cambiazo. Juntaba las cáscaras de tres huevos y con pegamento, artesanía y paciencia, unía las partes y los restauraba. Entonces, sacaba subrepticiamente del depósito tres huevos frescos y sanos, y en sus lugares dejaba los tres productos de fantasía. Nadie debía notar a simple vista el reemplazo audaz. En cuanto a los ostiones, por unos pocos pesos los podía conseguir en el puerto. ¿Podría llevar tres ostiones? Más de una vez no le quisieron cobrar esos tres ostiones. La vez que pidió seis, le cobraron el doble y no pudo decir nada. Para la preparación del esperado omelette de ostiones era mejor que en casa no hubiera nadie y que hubiera algo de aceite. Menos mal que siempre había algo que era eterno o casi eterno, la sal. El omelette lo preparaba en secreto y no dejaba ninguna huella, se deshacía hasta de las valiosas cáscaras. Una vez al mes, cuando llegaba la fiesta para el paladar, él se olvidaba del arroz y de los frijoles y era el hombre más feliz de todo el Malecón, pero tenía que guardar silencio, como en el hospital.

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