E N T R A D A
Miroslav
Scheuba, poeta y cocinero como le gusta definirse, nos convida acá
con los más suculentos, picantes, sorprendentes e incitantes
sabores, texturas y colores, basados en platos-palabras prolijamente
dispuestos por orden alfabético. Del amaranto
a los zapotes y
zapotillas, Miroslav despliega su metafórico menú y con un paso extra de buen
equilibrista sobre la cuerda floja, titula con los signos que más
nos interpelan hoy en día –pesos, numeral, arroba– una breve
crónica de los estimulantes vahos o el recuerdo de ellos que quizá
lo acompañaron en el momento de trasladar las recetas de la marmita
de su cacumen a la bandeja de la microliteratura en una degustación
plena de exultante variedad.
Pero
su munificencia no se limita a los textos. También nos brinda los
instrumentos, implementos o herramientas –extrañamente llamados
“cubiertos”– que empleó para preparar su sabroso menú. A
saber:
La
cuchara para no desperdiciar ni la más mínima gota de jugo
significante.
El
tenedor para pinchar cada palabra aromática y precisa, cazándola al
vuelo.
El
imprescindible cuchillo para cortar por lo sano y mantener estos
escritos “eróticos, gastronómicos y despiadados” dentro del
rigor impuesto por la muy demandante microficción misma, la que
puede ser considerada la nouvelle
cuisine de la
narrativa.
AMARANTO
Cuando nuestra
abuela materna quedó viuda, se buscó un marido más joven y
francés; tener una buena calidad de vida sexual era muy importante
para ella. Sin embargo, después de un año de matrimonio, Galo
comenzó a fallar. Mamina no se desesperó, se sabía buena cocinera,
arte que le permitiría solucionar el asunto a la brevedad. El
francés bien alimentado iba a mejorar, en caso contrario, estaba
decidida volver a enviudar. Alguien le había hablado maravillas del
amaranto andino, también conocido como amaranto inca o Kiwicha, un
pseudo cereal que contiene más vitaminas y proteínas que la soja y
que bien remojado, cocinado con caldo de carne y un bouquet garni
serviría como un buen disparador espermatozoico. Fue así como
comenzó a preparar tres veces por semana el plato libidinoso que los
lunes era servido con apio y almendras tostadas; los miércoles, con
nueces, polen y jalea real; y los viernes, acompañado de aceitunas
y queso roquefort. La noche del primer sábado la dieta dio buenos
resultados, no así el segundo, donde todo se vino abajo por más
amaranto amorosamente preparado. Era probable que la fama de la dura
y pequeña semilla, que es muy consumida en China, desde el punto de
vista afrodisíaco fuera una leyenda más. Ese junio fue uno de los
meses más aburridos de su vida y entonces, Mamina decidió, como
dicen los franceses, cambiar las ideas y en julio “pour changer
les idées” viajarían a París. Nuestra abuela puso su libido
en planificar el viaje y la primera semana de ese julio movilizador
pasó volando. Cuando a media semana el francés le propuso practicar
la lengua… Mamina no abandonó su idioma y habló con Galo a
calzón quitado: los dos iban a esperar que llegara el 14 de
julio para festejar esa fecha francesa con un gran coitus non
interruptus en la ciudad luz. Nada fue dejado al azar y hasta en
su necessaire de viaje todo estaría previsto, ya que amén de
los remedios habituales como ácido acetilsalicílico para el dolor
de cabeza, lotaradina para los estornudos y loperamida para la
corredera, incluiría citrato de sildenafil para levantar la
herramienta del francés. En las calles parisinas la gran noche llegó
con música, bailes y desfiles. Gracias a la historia de Francia,
Mamina y Galo pudieron festejar en grande la Toma de la Pastilla.
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