En el archipiélago
Juan Fernández una de sus islas lleva el nombre de Robinson Crusoe,
náufrago profesional. Se sabe que entre las islas se multiplican las
langostas marinas y en las profundidades se encuentran los crustáceos
más grandes, cuya pesca es la actividad económica de los isleños.
En invierno los temporales duran una semana, por lo tanto, el turismo
huye. Sin embargo, unos sadomasoquistas austrohúngaros que estaban
en una de las islas menos pobladas decidieron vivir la aventura.
Después de diez días por fin vieron el sol y cuando se acercaron a
la playa, encontraron langostas que habían quedado varadas en la
arena. Una de ellas todavía se movía y la llevaron hasta el
campamento y los lugareños le facilitaron una gran olla para
cocinarla. Ante las provisiones agotadas, sólo pudieron conseguir
sal y mayonesa. Unos vecinos les vendieron lechugas en dólares. Con
todo eso, se hicieron un festín. De postre, latigazos.
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