No eran yerbas
prohibidas ni otras yerbas, eran finas hierbas cultivadas en macetas
y protegidas del sol en la popa de una embarcación mafiosa y
elegante. A Donato Fanfani le había perdido el rastro en Zürich en el año
2005. Le hice la guardia en Verona donde tenía un socio, quien dijo
desconocer su paradero. Medio disfrazado lo esperé varias tardes en
“El Florián” de Venecia; otra de sus “cuevas”. Lo tuve cerca
en París, pero se me escapó por un pelo de “La Tour D’Argent”.
Años después, abandoné la persecución, a pesar de mi carpeta de
grabados que se llevó; el más valioso, un pequeño autorretrato de
Rembrandt. Por las vueltas de la vida, cinco años después fui
invitado por un conocido anticuario de Boston a pasar unos días en
“The happyness”, su casa de Saint Barth. ¿Con cuántas comidas
deberé lucirme a cambio de la estadía? le pregunté para ir
preparado. Su respuesta me tranquilizó: –Sólo una.
Encontré un vuelo vía Miami y llegué a "La felicidad", la que me duró hasta que mi anfitrión anticuario me avisó que Fanfani tenía su yate amarrado en el puerto. No era una buena noticia para dar porque a él también lo había cagado, sin embargo, parecía que no le importaba. John dejaba que todo fluyera y por mi parte, traté de hacer lo mismo y mantuve la calma. Mientras conversábamos sobre libros y grabados antiguos, John me avisó que había arreglado con Donato para que al día siguiente almorzaramos en su yate "Il Padrino" y que yo cocinaría. Esa tarde visité en Saint Barth varios comercios de especias y también encontré una farmacia donde conseguí unos extractos vegetales que raras veces suelo usar en las comidas. Después de un buen desayuno, caminando enfilamos hacia el puerto. Cruzamos la planchada del yate y Donato Fanfani me abrazó con entusiasmo recordando manjares y recetas. Durante la visita guiada por "Il Padrino", al llegar a la popa su orgulloso dueño me dijo sotto voce: –En el
freezer
hay cailles
–codornices–. Le respondí –Y aquí tenés thymus
serpyllum una variedad de tomillo. ¡Eso almorzaremos! exclamé para que John supiera también cual sería el menú. En el bien provisto bar preparé unos cuantos Bellinis y luego, fui al toilette. ¡Oh sorpresa! en una pared del baño estaba empotrado mi grabado de Rembrandt. Mientras los otros seguían con sus Bellinis, fueron herramientas de cocina las que me ayudaron a rescatar mi pequeño grabado; en su lugar puse una lámina de hierbas aromáticas que arranqué de un libro de cocina. Almorzamos y brindamos. Volví al bar a buscar un bajativo y mientras me tomaba un Benedictine apareció John para decirme que Donato ya estaba "dormido". Tomé mi bolso de mano y hablé con unos de los marineros del yate que antes de preguntarle dónde podría conseguir jengibre, me felicitó por las codornices al tomillo. Le agradecí su cumplido, le avisé que esa noche cenaríamos salmón rosado al jengibre con cuscús y crucé la planchada lo más tranquilo. Pasé por la casa de John, hice mi valija y tomé el primer avión que pude. Lo único que me faltaba era quedar detenido en el Caribe por ser el culpable de que un art dealer se hubiera quedado indiferente.
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