Todos los abriles
estábamos en Nueva York con motivo de la Feria del Libro Antiguo en
Armory Park. El equipo de Imago Mundi tenía su refugio en el piso
37 del Waldorf Towers. En la feria de 2004 nuestro stand ofrecía
una colección de incunables limeños y quiteños (siglos XVI y XVII)
y en vez de gastar en avisos publicitarios en el Times, dimos una
cena argentina para los 50 más importantes libreros anticuarios del
mundo que llegaron, la mayoría, acompañados. Durante una semana me
instalé en la suite del piso 37 y pude organizar el encuentro donde
ofrecimos una gran mesa de frutos de mar, que los encontré frescos y
a buen precio en los grandes almacenes de la 2ª avenida. Desde
Ezeiza había despachado por avión con frigorífico la parte vacuna:
achuras vernáculas, lomo de Cabaña Las Lilas, que cociné al
champiñón con papas gratin. Todo fue regado con vinos Catena Zapata
y brindamos con “el champagne de la viuda”. Mientras pasábamos a
la mesa dulce con postres coloniales y
panqueques de dulce de leche, se instaló una orquesta de
“señoritas”. Después, se completó la orquesta y todos
comenzamos a mover el esqueleto. El baile duró hasta el café con
leches con medialunas. En la panadería del evento me ayudó la
cocina del hotel, la que ocupa todo el primer subsuelo del edificio.
Yo nunca había cocinado en una cocina del tamaño de una cuadra, era
como un aeropuerto de carros de room service que minuto a
minuto despegaban para las habitaciones. Al otro día de la gran
party, quedé de cama, no me levanté y desayuné en el cuarto. Al
medio día, ordené una ensalada Waldorf, la que llegó con todos los
ingredientes, más palmitos, duraznos y algo más grave todavía, a
la crema de leche le habían agregado ketchup. Por ese color y
horrible sabor, la mandé de vuelta con una nota: “Por favor, la
Waldorf Salade lleva solamente apio, manzana, crema de leche y
nueces. Gracias.” En el segundo envío, al apio le agregaron hojas
verdes y tomates cherries; la volví a mandar de vuelta con nota
adjunta. En el tercero, llegó casi como debía ser, más algunas
infames ramitas de cilantro. Las que retiré y guardé para
abrocharlas en la última nota donde agradecí el progreso demostrado
en los cambios, y este comentario: “Las modas en la cocina son
fatales, hoy la están arruinando los cilántropos”.
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