lunes, 26 de noviembre de 2012

POSTRE


Las letras fueron palabra y relato. El placer que nace en los labios, madura en la boca y eclosiona en todo el ser, fue capturado por Miroslav Scheuba en sus treinta figuras literarias, más una yapa ciberespeciada que quiso tener también su sabor. El poeta aguzó su ingenio erótico para describir las formas de ciertos elementos, adjetivó e hizo metáfora, se regodeó en los nombres de la materia. Las letras bailaron su música, susurraron el ingrediente perverso que acompaña algunos festines del cuerpo, no le temió al sarcasmo y su gula fue codiciosa e insaciable. Por ahí, entre deleites culinarios se le deslizó el nombre de un postre: isla flotante. No, Miroslav, inventemos una mesa de postres, para verdaderamente flotar. Polvo de seda, suspiros dulces, lechecilla, mamones, memelitas de horno, bigotes de bien-me-sabe, ponteduro de plátano, huevos reales, panochitas, camote enmielado, jamoncillo de leche, besitos, novias, reinas, vinito con miel de hormiga, chongos, cochinitos, lechitas, limones rellenos, delicias todas de la dulcería mexicana. Y, para terminar, un café o un chocolate con un rompope de almendras, ese clásico licor de huevo en Argentina. Lo dejo a usted, Miroslav, la inquietud por averiguar cómo hacer estas delicias para después narrarlas.
Tununa Mercado

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