Las letras fueron palabra
y relato. El placer que nace en los labios, madura en la boca y
eclosiona en todo el ser, fue capturado por Miroslav Scheuba en sus
treinta figuras literarias, más una yapa ciberespeciada que quiso
tener también su sabor. El poeta aguzó su ingenio erótico para
describir las formas de ciertos elementos, adjetivó e hizo metáfora,
se regodeó en los nombres de la materia. Las letras bailaron su
música, susurraron el ingrediente perverso que acompaña algunos
festines del cuerpo, no le temió al sarcasmo y su gula fue codiciosa
e insaciable. Por ahí, entre deleites culinarios se le deslizó el
nombre de un postre: isla flotante. No, Miroslav, inventemos una mesa
de postres, para verdaderamente flotar. Polvo de seda, suspiros
dulces, lechecilla, mamones, memelitas de horno, bigotes de
bien-me-sabe, ponteduro de plátano, huevos reales, panochitas,
camote enmielado, jamoncillo de leche, besitos, novias, reinas,
vinito con miel de hormiga, chongos, cochinitos, lechitas, limones
rellenos, delicias todas de la dulcería mexicana. Y, para terminar,
un café o un chocolate con un rompope de almendras, ese clásico
licor de huevo en Argentina. Lo dejo a usted, Miroslav, la inquietud
por averiguar cómo hacer estas delicias para después narrarlas.
Tununa Mercado
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