lunes, 26 de noviembre de 2012

CH, D, E,


CHAUCHAS, CHAMPIÑONES Y CHÈVRE
La tarta de chauchas, champiñones y queso Chèvre es deliciosa, pero produce sonoridades internas. Lo sabe Charlotte que siempre prepara la tarta, lo sabe su marido que la aprueba y a veces, la desaprueba; y lo sabe su compadre, que también la ha probado, como aquella vez, y de esto hace mucho tiempo, que tuvo que hacerle Massachusetts a su comadre para ayudarla a eliminar gases. De esa ayuda nació Chantal,  quien años después y hasta el día de hoy, ama la chaucha, los champiñones y el buen queso de cabra.

 DAMASCOS AL DRAMBUI
Dominga preparaba damascos para seducir a Daniel, su novio más difícil. Primero, guardaba uno en sus partes íntimas, y después, lo maceraba en Drambuí. El gualicho enamoró a Danielito  hasta que ella lo dejó por obsceno. Después de un tiempo volvieron a verse y ella tuvo que acostumbrarse, Daniel le hablaba sin pelos en la lengua.
 
ESPÁRRAGOS AL ESTRAGÓN
El largo viaje del Papa por Colombia arruinó su aparato digestivo. Arroz con mariscos en Cartagena; arroz congrí, o moros y cristianos, en Medellín; y arroz en la Bandeja Paisa en Bogotá, terminaron secando el vientre del Sumo Pontífice. Plato último que también lleva frijoles, carne molida, chicharrones, chorizos, morcillas, tomate, aguacate, arepas y plátanos y huevos fritos. Como primera medida cautelar, fue llamado con urgencia el Consejo de Cocineros del Vaticano. Si estos no apuraban el trámite, serían llamada la Junta Médica Pontificia, que como todo el mundo sabe, está arreglada con la prensa. La consulta se realizó on line y para evitar que se filtrara la noticia, el cardenal y secretario papal pidió una dieta efectiva para “el obispo”, quien se encontraba “en el atolladero”. No es improbable que el funcionario del eufemismo y de las metáforas hubiera leído un cuento del Marqués de Sade con ese título: “Un obispo en el atolladero”, relato donde lo atascado era una carroza y no un bolo fecal. Antes de recordar esa página literaria, debemos decir que el francés Donatien Alphonse François de Sade era un escritor católico, autor de “La filosofía en el tocador”, “Juliette o las prosperidades del vicio”, “Las ciento veinte jornadas de Sodoma”, entre otras tantas de sus obras que estuvieron incluidas en el Index librorum prohibitorum, es decir, en una famosa lista negra que no ha perdido vigencia. El afilado argumento que salió de la suave pluma de Sade es el siguiente: El decrépito obispo de Mirepoix, que hacía todo lo posible para ser visto como un santo, iba en su carroza a visitar el influyente, y también amigo de púlpitos y campanas, obispo de Palmiers, pero por culpa del horrible e hipócrita camino que unía a esas dos cínicas ciudades, la carroza se atascó de tal manera que los creyentes caballos no pudieron hacer nada. Entonces, el cochero muy enojado habló con el prelado:
–Monseñor, mientras usted permanezca en la carroza mis caballos no podrán dar un paso. 
–¿Y por qué no? –respondió el obispo.
–Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y vuestra ilustrísima señoría se opone a ello. Así, pues, haremos noche aquí si usted no me lo permite.
–Está bien, contestó el obispo haciendo la señal de la cruz.
–Podéis blasfemar, pero lo menos posible.
El cochero se desahogó y los caballos arrancaron. Monseñor subió al carruaje y pudo llegar a tiempo y sin novedad al banquete que ya estaba siendo servido en el palacio del obispado de Palmiers.
La receta del Consejo de Cocineros del Vaticano dictaminó esparrágos al estragón y que luego de la ingesta, su Eminencia se desahogara con una gran puteada en alemán. Como razones para esto último en la Iglesia Católica Apostólica Romana no le faltaban, así lo hizo y la hora de haber probado el delicado sabor de los tiernos brotes de espárragos, que con poca sal, aceite y vinagre de manzana fueron cocinados al vapor con el perfume ligeramente anisado del estragón, pudo defecar como Dios manda.

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