CHAUCHAS, CHAMPIÑONES Y CHÈVRE
La tarta de
chauchas, champiñones y queso Chèvre es deliciosa, pero produce
sonoridades internas. Lo sabe Charlotte que siempre prepara la tarta,
lo sabe su marido que la aprueba y a veces, la desaprueba; y lo sabe
su compadre, que también la ha probado, como aquella vez, y de esto
hace mucho tiempo, que tuvo que hacerle Massachusetts a su comadre
para ayudarla a eliminar gases. De esa ayuda nació Chantal,
quien años después y hasta el día de hoy, ama la chaucha, los
champiñones y el buen queso de cabra.
DAMASCOS AL DRAMBUI
Dominga preparaba
damascos para seducir a Daniel, su novio más difícil. Primero,
guardaba uno en sus partes íntimas, y después, lo maceraba en
Drambuí. El gualicho enamoró a Danielito
hasta que ella lo dejó por obsceno. Después de un tiempo volvieron
a verse y ella tuvo que acostumbrarse, Daniel le hablaba sin pelos en la
lengua.
ESPÁRRAGOS AL ESTRAGÓN
El largo viaje del
Papa por Colombia arruinó su aparato digestivo. Arroz con mariscos
en Cartagena; arroz congrí, o moros y cristianos, en Medellín; y
arroz en la Bandeja Paisa en Bogotá, terminaron secando el vientre
del Sumo Pontífice. Plato último que también lleva frijoles, carne
molida, chicharrones, chorizos, morcillas, tomate, aguacate, arepas
y plátanos y huevos fritos. Como primera medida cautelar, fue
llamado con urgencia el Consejo de Cocineros del Vaticano. Si estos
no apuraban el trámite, serían llamada la Junta Médica Pontificia,
que como todo el mundo sabe, está arreglada con la prensa. La
consulta se realizó on line y para evitar que se
filtrara la noticia, el cardenal y secretario papal pidió una dieta
efectiva para “el obispo”, quien se encontraba “en el
atolladero”. No es improbable que el funcionario del eufemismo y
de las metáforas hubiera leído un cuento del Marqués de Sade con
ese título: “Un obispo en el atolladero”, relato donde lo
atascado era una carroza y no un bolo fecal. Antes de recordar esa
página literaria, debemos decir que el francés Donatien Alphonse
François de Sade era un escritor católico, autor de “La filosofía
en el tocador”, “Juliette o las prosperidades del vicio”, “Las
ciento veinte jornadas de Sodoma”, entre otras tantas de sus obras
que estuvieron incluidas en el Index librorum prohibitorum, es
decir, en una famosa lista negra que no ha perdido vigencia. El
afilado argumento que salió de la suave pluma de Sade es el
siguiente: El decrépito obispo de Mirepoix, que hacía todo lo
posible para ser visto como un santo, iba en su carroza a visitar el
influyente, y también amigo de púlpitos y campanas, obispo de
Palmiers, pero por culpa del horrible e hipócrita camino que unía a
esas dos cínicas ciudades, la carroza se atascó de tal manera que
los creyentes caballos no pudieron hacer nada. Entonces, el cochero
muy enojado habló con el prelado:
–Monseñor,
mientras usted permanezca en la carroza mis caballos no podrán dar
un paso.
–¿Y por qué
no? –respondió el obispo.
–Porque es
absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y vuestra
ilustrísima señoría se opone a ello. Así, pues, haremos noche
aquí si usted no me lo permite.
–Está bien,
contestó el obispo haciendo la señal de la cruz.
–Podéis
blasfemar, pero lo menos posible.
El cochero se
desahogó y los caballos arrancaron. Monseñor subió al carruaje y
pudo llegar a tiempo y sin novedad al banquete que ya estaba siendo
servido en el palacio del obispado de Palmiers.
La receta del
Consejo de Cocineros del Vaticano dictaminó esparrágos al estragón
y que luego de la ingesta, su Eminencia se desahogara con una gran
puteada en alemán. Como razones para esto último en la Iglesia
Católica Apostólica Romana no le faltaban, así lo hizo y la hora
de haber probado el delicado sabor de los tiernos brotes de
espárragos, que con poca sal, aceite y vinagre de manzana fueron
cocinados al vapor con el perfume ligeramente anisado del estragón,
pudo defecar como Dios manda.
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