FEIJOADA CON FAROFA
Quienes escriben
que la secta de la Feijoada tuvo su origen en San Salvador de Bahía,
y la derivan de la restauración del sincretismo religioso que
sucedió a la muerte de Pedro I, alegan textos de Luís da Câmara Cascudo y de Luís Cristovâo dos Santos, pero ignoran o quieren ignorar que la denominación corresponde a Gente de la Costumbre, o Gente del Secreto o una derivación de algún pueblo de África. Miroslav Scheuba y no Schueba –siempre poeta, nunca antropólogo y
que supo preparar la feijoada con frijoles negros, un costillar de
marrano, arroz, tocino, ajo, pimienta, sal, hojas de couve y
abundante farinha de mandioca y aceite de dendé para preparar la
farofa– en otro de sus panegíricos ha equiparado los sectarios de
la Feijoada a los gitanos. En Brasil, Paraguay, Uruguay y en
Argentina hay gitanos y también hay sectarios. Los gitanos del
oficio de la herrería pasaron al rubro automotor y los sectarios que
solían ejercer felizmente las profesiones liberales, ahora ejercen
la gastronomía, la diplomacia o el narcotráfico. Los gitanos
configuran un tipo físico y hablan, o hablaban, un idioma secreto;
los sectarios se confunden con los demás y la prueba es que no han
sufrido persecuciones. La secta de la Feijoada, con sus teólogos,
patriarcas y viajeros, nos ha llevado desde las pampas gaúchas de
Río Grande do Sul hasta las costas celestiales de Salvador de Bahía,
y desde allí, al infierno verde de la selva que está cada vez más
lejos porque se pierde en los huesos amazónicos donde la noche está
poblada de monstruos y laberintos. Nunca más volveremos a preparar
una feijoada y muchos menos, podremos indagar su verdadero origen ya
que el día se demora por la lluvia torrencial que se enreda con los
árboles y todo es sombra, humo y pantano. Seres imaginarios hablan
una lengua antigua con la cadencia de una plegaria. Unos troncos
huecos sin corazón ni sangre son tocados como tambores; es la
despedida. No podemos preguntar nada porque una garra nos aprieta la
garganta y nos vamos quedando sin aire, pero al fin uno logra
despertar.
Este tipo de
sueños recurrentes lo suelen tener los cocineros que leen demasiado
a Borges.
GUACAMOLE EN GUATEMALA
Rigoberta salió a
su abuelo, pero era interesante, tenía el encanto de poseer las
manos más lindas del mundo. Cuando cocinaba, los vecinos de El
Sagrario, el viejo barrio de la ciudad de Guatemala, decían “hoy
la Rigo se ha enamorado…está cocinando.” Sus manos morenas
desprovistas de anillos se movían con sensualidad y la cebolla que
picaba finito para el guacamole no la hacía llorar sino sonreír.
Sus manos, que eran como las manos de una virgen, muy parecidas a las
de Nuestra Señora de Guadalupe, jugaban con los dos jitomates que
eran picados con pudor y suavidad. Luego, los tres aguacates eran
desvestidos y acariciados y con sumo placer, los unía a la pasión
carnal que se completaba con la llegada ardiente de cuatro chiles
eróticos. Suspiros de sal, jadeos de pimienta, cosquillas de limón
y al fin, una lubricación con aceite. El oscuro rostro de la joven
no era bello ni sabroso, toda la belleza y el sabor de Rigoberta
estaba en sus hermosas manos que en la cocina sabían hacer el amor.
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