lunes, 26 de noviembre de 2012

Feijoada con Farofa / Guacamole en Guatemala

 
                                                    FEIJOADA CON FAROFA
Quienes escriben que la secta de la Feijoada tuvo su origen en San Salvador de Bahía, y la derivan de la restauración del sincretismo religioso que sucedió a la muerte de Pedro I, alegan textos de Luís da Câmara Cascudo y de Luís Cristovâo dos Santos, pero ignoran o quieren ignorar que la denominación corresponde a Gente de la Costumbre, o Gente del Secreto o una derivación de algún pueblo de África. Miroslav  Scheuba y no Schueba –siempre poeta, nunca antropólogo y que supo preparar la feijoada con frijoles negros, un costillar de marrano, arroz, tocino, ajo, pimienta, sal, hojas de couve y abundante farinha de mandioca y aceite de dendé para preparar la farofa– en otro de sus panegíricos ha equiparado los sectarios de la Feijoada a los gitanos. En Brasil, Paraguay, Uruguay y en Argentina hay gitanos y también hay sectarios. Los gitanos del oficio de la herrería pasaron al rubro automotor y los sectarios que solían ejercer felizmente las profesiones liberales, ahora ejercen la gastronomía, la diplomacia o el narcotráfico. Los gitanos configuran un tipo físico y hablan, o hablaban, un idioma secreto; los sectarios se confunden con los demás y la prueba es que no han sufrido persecuciones. La secta de la Feijoada, con sus teólogos, patriarcas y viajeros, nos ha llevado desde las pampas gaúchas de Río Grande do Sul hasta las costas celestiales de Salvador de Bahía, y desde allí, al infierno verde de la selva que está cada vez más lejos porque se pierde en los huesos amazónicos donde la noche está poblada de monstruos y laberintos. Nunca más volveremos a preparar una feijoada y muchos menos, podremos indagar su verdadero origen ya que el día se demora por la lluvia torrencial que se enreda con los árboles y todo es sombra, humo y pantano. Seres imaginarios hablan una lengua antigua con la cadencia de una plegaria. Unos troncos huecos sin corazón ni sangre son tocados como tambores; es la despedida. No podemos preguntar nada porque una garra nos aprieta la garganta y nos vamos quedando sin aire, pero al fin uno logra despertar.

Este tipo de sueños recurrentes lo suelen tener los cocineros que leen demasiado a Borges.

 GUACAMOLE EN GUATEMALA
Rigoberta salió a su abuelo, pero era interesante, tenía el encanto de poseer las manos más lindas del mundo. Cuando cocinaba, los vecinos de El Sagrario, el viejo barrio de la ciudad de Guatemala, decían “hoy la Rigo se ha enamorado…está cocinando.” Sus manos morenas desprovistas de anillos se movían con sensualidad y la cebolla que picaba finito para el guacamole no la hacía llorar sino sonreír. Sus manos, que eran como las manos de una virgen, muy parecidas a las de Nuestra Señora de Guadalupe, jugaban con los dos jitomates que eran picados con pudor y suavidad. Luego, los tres aguacates eran desvestidos y acariciados y con sumo placer, los unía a la pasión carnal que se completaba con la llegada ardiente de cuatro chiles eróticos. Suspiros de sal, jadeos de pimienta, cosquillas de limón y al fin, una lubricación con aceite. El oscuro rostro de la joven no era bello ni sabroso, toda la belleza y el sabor de Rigoberta estaba en sus hermosas manos que en la cocina sabían hacer el amor.

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